Suset Sánchez
Publicado en Artecontexto el 29 de septiembre de 2011
Un paradigmático enunciado que recorre el pensamiento marxista y aterriza en un imprescindible tratado sobre la experiencia de la modernidad en el texto homónimo de Marshall Berman, presta su grandilocuencia al título de la última exposición de Sofía Jack. Con esa paratextualidad casi profética, a modo de prefacio de la muestra, la artista abre imaginarias ventanas en sus obras para permitir la mirada del voyeur. Con esa advertencia que nos hace Jack antes de entrar a la galería, no podemos sustraernos a la desazón de una modernidad tan expansiva como regulada, que en el presente continúa prescribiendo las categorías perceptivas, los modelos de acción y la axiología de un agonizante antropocentrismo crítico.
Accediendo a la galería, en la primera sala encontramos tres polípticos formados por dibujos al carboncillo en pequeño formato, en los que se recrean diversos interiores domésticos, agrupados en habitaciones, escaleras y salas de estar. Composiciones con ángulos inquietantes donde la representación traduce una calma que resulta incómoda. En un atávico gesto, caemos en la trampa de realizar un ejercicio mental para tratar de completar la imagen de la casa como totalidad, conectando los fragmentos dispersos en los dibujos. Proseguimos el intento de construir un relato para cada espacio, interpretando las huellas de sus habitantes en los objetos cotidianos que pueblan esas estancias, que más que hogares parecen escenografías montadas para que acontezca en ellas el rito de la existencia, con su ilusoria realidad y un tiempo que se debate en tour de force trascendencia-fragilidad.
En la segunda sala, sin embargo, un único dibujo de gran formato confirma cualquier incertidumbre inicial. Estudio de Theo Van Doesburg (2011) muestra una escena donde tres personajes –posiblemente el matrimonio Van Doesburg y alguno de sus contemporáneos– parecen enfrascados en alguna discusión, tal vez sobre su abandono de las premisas originales del neoplasticismo; o quizás en relación con su visión sobre una nueva “arquitectura plástica”. En cualquier caso, si albergábamos ciertas dudas, Sofía Jack nos sitúa en el centro de los debates estéticos modernos preconizados por las primeras vanguardias artísticas del siglo XX, en los que términos como racionalismo, abstracción, realidad exterior, subjetividad, objetividad, universalidad, etc., emergen como fantasmas de los grandes relatos de la modernidad, evocados hoy peligrosamente.
Llegando a la tercera y última sala de la galería, Sofía Jack pone fin al viaje que emprendió desde la economía del color en los dibujos en tonos grises, blancos y negros, hacia un territorio donde el lenguaje plástico se abandona al reclamo de los sentidos. En Breves poemas cromofílicos, un vídeo hecho con técnicas de infografía, la artista parece tomar la revancha frente a los cánones plásticos heredados de las sucesiones de estilos, géneros y lenguajes que han sedimentado las narraciones de la Historia del Arte. Juegos cinéticos, imaginarios geométricos, una teoría científica del color, son apenas algunos de los motivos de los que Jack se apropia para construir una poesía visual en la que confluyen contemplación, intimismo y cierto tipo de liberación instantánea. Los discursos ordenados de la ciencia y la historia son atravesados, entonces, por una energía sentimental que convierte la lógica de la física en un sencillo y sabio haiku. Bajo esa mínima forma poética se condensa un conocimiento que vaga de la naturaleza hacia el ser humano, imbuido en tensiones metafísicas que no llegan a explicar los pequeños gestos a través de los que aprehendemos la vida.