Sofía Jack, utopía y personalidad

José Marín-Medina
Galería Fúcares
Publicado en El Cultural, el 18/05/2006

Mantener la disciplina que exige el seguir una idea hasta el final, conduciéndola hasta el límite sin darla por cerrada, es la actitud habitual del trabajo de Sofía Jack (Figueras, 1969). Ello hace que sus obras resulten tan elaboradas, muy especiales, inclusive extrañas. A esa sensación de rareza y singularidad contribuyen dos hechos: por una parte, nos enfrentamos a un arte que practica la desubjetivización de los medios (impresiones digitales, DVD de dibujos animados, maquetas arquitectónicas, circuitos electrónicos, pequeñas esculturas y relieves recortados con láser sobre chapa muy fina de acero inoxidable), produciéndose, no obstante, la paradoja de una obra que resulta absolutamente personal, marcada por la impronta inequívoca de su autora; y, por otra parte, cuenta mucho también la voluntad de utopía que Sofía Jack aplica a los proyectos, con lo cual nos presenta y nos introduce en la representación especialmente detallada y escueta, geométrica, limpia y fría de unos espacios efectiva y literalmente utópicos, es decir, pertencientes al dominio de “lo que no está en ninguna parte”.

Nos enfrentamos, pues, a un arte de iconos bien precisados, pero en ningún sentido realistas, ya que sus figuraciones obedecen mucho más a los ideales del deseo y de la ciencia ficción que a las realidades a las que alcanza la mirada. En ese registro utópico van implícitas una crítica solapada a la política realista de la sociedad contemporánea, un cierto espíritu revolucionario y la expresión de una opción singular por lo relativo frente a lo absoluto, y por lo concreto frente lo abstracto, en pos de un ideal que puede ser logrado única y precisamente a través de la personalidad, entendida como libertad, criterio que tanto nos recuerda al sentido marcado por el personalista Charles Renouvier de que “sólo por ser una persona y, por tanto, un agente libre, puede el hombre, haciendo su propia historia, efectuar un progreso efectivo”. Esa suerte de esperanza vivifica interiormente el diseño geométrico, el color plano y frío, la claridad de las luces y la precisión de los recortes de estas películas de animación, dibujos digitales, relieves y maquetas de la nueva serie La casa B-300 en la que Sofía Jack trabaja ahora. Su idea central radica en “relacionar” un concepto de casa perfecta que, al enfrentarse por accidente a las situaciones de la realidad envolvente, deberá y podrá -como dice- “desplegar una serie de mecanismos para adaptarse a las nuevas circunstancias, que la conducirán a formas de vida que no domina por completo”.

La pieza clave de la exposición es la película de dibujos animados Casa B-300, en la que se narran los avatares de una aséptica construcción cúbica y perfecta diseñada por ordenador que, al ser transportada, cae en un acantilado y tiene que adaptarse a unas nuevas e imprevistas condiciones de habitabilidad. La sorpresa formidable radica en la capacidad que su estructura tiene para alterarse, cambiarse -inclusive de manera orgánica- e intercambiarse con el medio, o sea, con la escarpa casi vertical del terreno y con la inmensidad del mar, sobre el que luego vemos crecer un embarcadero, en el otro -muy breve y poético- DVD que cierra la exposición. Completan la propuesta la maqueta Software B-300 (vidrio tallado con láser y plancha de acero), las pequeñas esculturas referidas al proyecto y los polípticos de dibujos digitales con sucesiones de imágenes de los interiores y del entorno natural del habitáculo. En todo ello Sofía Jack acierta afrontando el espacio como elemento de múltiples significados: espacio pictórico y arquitectónico, del cómic y virtual, sensible y mental, privado y público. Entre el universo del diseño y la expresión artística libre, la artista ha sabido crear un nuevo “sitio” discursivo, que admite la integración de temas diversos.